El fuerte de San Cristóbal

sábado, septiembre 27, 2008





El fuerte de San Cristóbal o fuerte de Alfonso XII corona los 850 m del Monte Ezkaba o Monte San Cristóbal, construido tras la última Guerra Carlista, se inauguró en 1919. Ocupa el lugar de un castillo medieval posteriormente convertido en basílica, fue prisión militar desde 1934 hasta 1945. En 1938, 795 presos huyeron de este duro penal militar protagonizando la conocida Fuga de San Cristóbal.


A pesar de estar junto a Pamplona la ciudad siempre le ha dado la espalda y lo ha maltratado, eso le da un cierto encanto, una mezcla entre lugar abandonado y locus amoenus.
Durante los dos últimos meses se ha convertido en mi lugar de alegrías y padecimientos. Para correr la Roncesvalles-Zubiri había que entrenar por caminos, pistas, pedruscos y meter desnivel al cuerpo, el Monte Ezkaba era la opción más viable.
Creo que no había vuelto a San Cristóbal desde pequeño, desde las alegres excursiones de los maristas. Hay una carretera mal asfaltada, utilizada por ciclistas y coches, y varios caminos que llevan hasta la cima. Desde mi casa hasta el fuerte hay 9 kilométricos, un par en llano hasta el pueblo de Artica y lo demás subida. El plan que he seguido contenía los fines de semana entrenamientos por monte de hasta 18 kilómetros. No había excusas, había que conquistar el fuerte.




Calzando mis nuevas zapatillas de trail y con bastante inconsciencia me inicié en esto de correr como las cabras, pregunté poco e improvisé bastante. El primer día cuando llevaba corriendo un buen rato por el camino del Vía Crucix, premonitorio, no sé cómo, me caí. Me dí lo que comúnmente se denomina un "hostión". No sé si resbalé, tropecé o me desplomé, el caso es que mordí el polvo de forma literal. Me levanté y evalué los daños: erosión en la pierna derecha, hematoma en el hombro, y herida inciso contusa en el codo. Nada era grabe pero me asusté porque el codo me sangraba bastante y no llevaba ni un triste clínex. Como cuando se pone a llover me tocó en el punto más alejado posible, nada me impedía seguir corriendo así que seguí con el entrenamiento previsto. El chorretón de sangre llegaba hasta la mano y se había secado, estaba en el Vía Crucix parecía un Ecce Homo pero no había habido conmigo ningún Cirineo en este camino hasta mi Gólgota particular, no me crucé con nadie, eso me hizo pensar: sin móvil, solo, no había contado a nadie por dónde iba a ir, si me la pego más fuerte por aquí no me encuentra ni Dios hasta vete a saber cuándo.

Seguí corriendo hasta casa pero antes me limpié en una fuente, al entrar le dije a María que no me riñese ni se asustase. No me echo la bronca, me hizo la primera cura y me mandó al centro de salud para que me mirasen la herida y me pusiesen la antitetánica. Me debe querer mucho.



En los siguientes entrenamientos he llevado móvil, he procurado: levantar más los pies, llevar manga larga y no alejarme del camino principal. Poco a poco me he ido haciendo con el ritmo, con las cuestas y con el monte. Para el programa de entrenamiento que me puso la doctora es un recorrido perfecto, progresivo hasta el fuerte y el resto del entrenamiento un rodaje a pocas pulsaciones que coincide con el descenso. He conseguido subir un par de veces hasta la cima del monte. El primer día que lo conseguí la sensación fue increíble, la de haber superado un reto personal, 45 minutos de subida dura, una vista de la ciudad increíble y un sentimiento difícil de describir, he saldado una deuda conmigo mismo. Esto me ha dado mucha seguridad cara a la Roncesvalles-Zubiri, por lo que sé no hay tanto desnivel acumulado y son solo 3 kilómetros más. Muy mal se tendría que dar para sufrir más de lo necesario.

Cuando me asomo a la ventana y miro San Cristóbal lo veo de forma diferente, veo las antenas, el fuerte, los pinos y pienso: "pues yo he subido corriendo hasta arriba y un día vi un corzo"

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